Tras comprobar algunas otras cosas, Shinichi y Celes salieron del castillo y se dirigieron a la catedral de la iglesia.
HabÃan oÃdo rumores de que la gente habÃa destrozado las iglesias dirigidas por sacerdotes codiciosos, pero claramente no era el caso de la Catedral del Reino de Tigris, que casi brillaba bajo la luz.
"Aquà no hay problemas". Shinichi se relajó mientras entraban en la catedral.
Un fornido guerrero sagrado que estaba cerca se acercó alegremente cuando los vio.
"¡Oh, señor Shinichi! ¡Hola, extraño! ¡Ha pasado un mes entero! Te he echado tanto de menos que he estado llorando".
"Si quieres verme más a menudo, deberÃas dejar de hablar asÃ". Shinichi hizo una mueca.
Los ojos del guerrero macho se llenaron de lágrimas.
"¡Ouch! Pero tú eres el que invocó a un Ãncubo y me puso asÃ..."
"La culpa es tuya", espetó Celes, poniendo los ojos en blanco.
"Culpa mÃa". Shinichi se arrepintió.
SeguÃa defendiendo firmemente la creencia de que era más fácil lavar el cerebro que matar al enemigo, pero nunca imaginó que sus propias tácticas se volverÃan contra él.
"¿Está el obispo?"
"Uh-huh. SÃp".
El guerrero condujo a Shinichi y a Celes a la sala de oración situada más al interior de la catedral.
En ella estaba el hombre que habÃa pasado de adorar a la "vieja bruja" (sus palabras) ──── Elazonia ──── a la "jovencita" ──── Rino ────.
Juda se habÃa convertido en el obispo a cargo de la Catedral del Tigris. En este momento, estaba dando un sermón a los niños y ancianos que se habÃan reunido para ofrecer sus oraciones.
"Como enseña nuestra diosa Rino, lo tierno es la justicia. Eso no quiere decir que la apariencia de alguien determine si es bueno o malo. Su palabra te insta a trabajar en tu interior para que seas amado por los demás ──── en lugar de ser el que sólo ama a los demás".
"¡¿Eso es lo que has sacado de ese mensaje?!"
Shinichi sintió un escalofrÃo en todo el cuerpo al descubrir que aquella frase que habÃa dicho de improviso ──── extraÃda de cierto manga ──── se habÃa convertido en una especie de mantra sagrado.
Juda se percató de la presencia de Shinichi y levantó la vista con alegrÃa.
"Alégrate. Aquà está el primer seguidor de nuestra diosa Rino. Demos la bienvenida al padre Shinichi, el mayor misionero de todos nosotros ──── y amante de las niñas".
"¡Alto!" Shinichi estaba desesperado por rebatir el último tÃtulo, pero los seguidores ya se habÃan arremolinado en torno a él.
"¡Vaya! ¡Es el verdadero Shinichi!"
"¿Cuándo tendrá Lady Rino su próximo 'sermón'?"
"Me encantarÃa ir en peregrinación a su Santa Residencia. ¿Qué crees que serÃa una buena ofrenda?"
"¡Silencio, por favor! Prometo responder a tus preguntas otro dÃa".
Shinichi estaba manejando a la multitud como un trabajador experimentado en una sala de conciertos. No se atrevió a rechazar de plano a la apremiante multitud de niños y ancianos. De alguna manera consiguió que los creyentes volvieran, mientras miraba a Juda con ojos cansados.
"Me acordaré de esto".
"¡Pero no tengo más que respeto por otro hombre de cultura!"
"¡Y eso es lo que me estresa!"
Esto explicaba por qué Shinichi tenÃa fama en Tigris de ser el pervertido representante de Rino que estaba totalmente obsesionado con ella────en lugar de ser el héroe que derrotó a Elazonia.
"Tienes lo que te mereces". Celes lo fulminó con la mirada: "¿TodavÃa te bañas con Lady Rino, y tratas de encubrir esto como una calumnia?".
Shinichi se apresuró a cambiar de tema. "Parece que has acabado con la vieja estatua".
Señaló el lugar en el que se habÃa consagrado la estatua de la antigua diosa Elazonia, que ahora estaba vacÃa.
"Recibimos demasiadas quejas de que estaba mal tener una estatua de esa diosa malvada que hirió a nuestra Lady Rino". Juda sonrió.
"......" Shinichi puso cara de asco.
Era justo que la religión de la diosa fuera destruida por una nueva fe, ya que habÃan unido a Uropeh destripando a los dioses y espÃritus locales.
Supongo que todo lo que es justo debe desvanecerse, y el orgullo viene antes de la caÃda... PodrÃa aprender una o dos lecciones.
Juda se acercó a él con expresión seria. "Tengo una pregunta muy importante".
"¿Qué es?"
"Sobre la nueva estatua de Lady Rino. ¿La prefieres con su ropa habitual o con su traje de Ãdolo?"
"...¿Perdón?"
"He discutido esto con los seguidores, pero estamos divididos. A algunos les apasiona mantener su pelo negro liso. Otros se inclinan por la combinación de minifalda y coletas. Parece que no nos ponemos de acuerdo. ¡¿Y si tenemos que recurrir a la violencia?!"
"......"
Incluso los seguidores de una misma religión se peleaban de forma estúpida. Por eso las guerras siempre existirÃan en este mundo. Los labios de Shinichi formaron una sonrisa traviesa.
"¿Qué tal una cola de caballo deportiva o unas trenzas de libro?"
"¡¿Cómo puedes añadir opciones tan deliciosamente difÃciles?! ¡A este paso, nuestra religión se dividirá en un millón de sectas!".
"Que se divida en la nada atómica".
Shinichi suspiró, mirando a Juda apretando los dientes.
Celes pinchó a Shinichi en la espalda con el dedo. "Deja las bromas a un lado. ¿Por qué no vuelves al motivo principal de nuestra visita?"
"Ah, claro". Shinichi miró al suelo para ver que Celes ya habÃa utilizado tiza para preparar el cÃrculo mágico. "Vamos a utilizar Teleport a larga distancia. ¿PodrÃas prestarnos algo de magia?"
"Ya veo. Ese era el motivo de tu visita". Juda salió de su debate interno e hizo una seña a los guerreros sagrados, que unieron sus manos y pasaron magia a Celes.
"Manténgase en buenos términos con la gente de la ciudad. Nos vemos", dijo Shinichi.
"Por supuesto. Por cierto, me gustarÃa organizar una actuación de nuestra Lady Rino para unir la fe".
"Y nos vendrÃan bien algunas manos extra────si son hombres atractivos♥"
"Llévanos lejos de aquÃ, Teleport".
Celes sonó como si quisiera alejarse de Juda y del guerrero sagrado.
Una luz cegadora los envolvió, y los dos desaparecieron de la catedral.
La Ciudad Santa estaba en el centro del continente.
A poca distancia, se habÃan erigido dos mansiones sencillas pero extensas en un campo cubierto de hierba. El orfanato dirigido por la Santa Madre Cardenal Vermeita.
Mientras los adultos entraban en pánico por la derrota de Elazonia, los niños que se perseguÃan en el jardÃn no parecÃan demasiado interesados en lo que ocurrÃa a su alrededor. Shinichi y Celes aparecieron en medio del orfanato, en una habitación oscura con las cortinas cerradas.
"¿Dónde está Vermeita?"
"Ha salido. Imagino que estará trabajando en la ArchibasÃlica", respondió Celes, sin percibir magia en los alrededores.
"Supongo que eso tiene sentido. TodavÃa es mediodÃa. Podemos ir a buscarla".
"Entendido".
Celes lanzó Illusion sobre Shinichi para que pareciera el comerciante de mediana edad Manju.
¿Quién sabÃa lo que le ocurrirÃa al asesino de la Diosa Elazonia si desfilaba por la ciudad con la cara descubierta ante el público?
Con sus disfraces preparados, abrieron la puerta y se encontraron con la joven sacerdotisa Francoise.
"Sr. Manju, no me habÃa dado cuenta de que estaba aquÃ".
"En realidad acabamos de llegar usando su magia", dijo Shinichi en tono cortés.
Celes se inclinó como una doncella.
Francoise dejó escapar un suspiro de admiración. "Me enteré por Lady Vermeita que tu compañera era lo suficientemente poderosa como para usar el Teleport".
"Es mi estimada doncella. No puedo vivir sin ella".
"..." *Thmp*. Celes le dio una patada en la pantorrilla.
Fue lo suficientemente suave como para que Shinichi no tuviera que girarse para darse cuenta de que se estaba sonrojanda.
Sonrió y no dijo nada.
"¿Está Lady Vermeita?"
"Me temo que no. Se encuentra en la ArchibasÃlica".
"Ya veo. Supongo que deberÃamos dirigirnos hacia allÃ".
Shinichi actuó como si se tratara de una información nueva para calmar cualquier sospecha. Los dos empezaron a salir del orfanato cuando Francoise les llamó frenéticamente para detenerlos.
"¡Sr. Manju! Um, um..."
"¿SÃ?"
"¡¿No hay novedades de Lady Mimolette?!"
"......"
¿Et tu, Brute?[1] Se detuvo para no decir nada en voz alta. TenÃa una sonrisa dibujada en su cara.
"Me disculpo. Hoy no lo he traÃdo conmigo".
"Ya veo..." Sus hombros se encorvaron visiblemente mientras se daba la vuelta para marcharse.
Francoise volvió a girar de repente. "Tanto los niños como yo somos grandes admiradores de la señora Mimolette. ¿PodrÃa decirle que algún dÃa quiero ser una artista de manga como ella?"
"Por supuesto. Seguro que le encantará oÃrlo".
Francoise le sonrió, prácticamente saltando mientras se alejaba a toda prisa.
Shinichi la observó con lástima antes de darse la vuelta para dirigirse a la salida. "Salgamos de aquÃ. Están intentando corromperme".
"Y es tu culpa".
Con Celes señalando sus pecados, Shinichi dejó atrás el lugar que algún dÃa se convertirÃa en una escuela para aspirantes a artistas de manga que dibujan Boys Love.
Tras atravesar los campos junto al orfanato, entraron en la Ciudad Santa.
Nada habÃa cambiado en la pintoresca ciudad sin murallas desde su visita en verano. Nada, excepto que habÃa menos peatones y menos energÃa por todas partes.
No era porque fuera invierno. Sólo podÃa explicarse por el hecho de que la iglesia ya no tenÃa el control del continente desde que habÃa sido expuesta la suciedad de la Diosa.
"Me lo imaginaba". Shinichi se rió mientras miraba una casa vacÃa, los residentes no se veÃan por ninguna parte.
Sin su objeto de culto y sus héroes inmortales, la iglesia se hundÃa como un barco con fugas. La Santa Madre estaba haciendo todo lo posible para arreglarlo, pero incluso las ratas a bordo eran lo suficientemente sabias como para abandonar el barco.
Shinichi miró hacia adelante y encontró un carro tirado por caballos que parecÃa estar saliendo de la capital. No le dio mucha importancia, pero un hombre severo de unos cuarenta años sentado en el asiento del conductor le llamó de repente.
"¡Manju! ¡¿Eres tú?!"
Shinichi tardó un momento.
"...Zaim, ¿verdad? Ha pasado mucho tiempo". Shinichi inclinó la cabeza para ocultar su sorpresa.
Era el dueño de la joyerÃa que habÃa conseguido el enorme diamante artificial de Shinichi a cambio de información sobre los cardenales.
Zaim bajó del carro y se puso delante de Shinichi con una mirada nostálgica. "Mucho tiempo, en efecto. Con lo que le pasó al viejo cardenal, me preocupaba que..."
"Ha, ha. TodavÃa estoy vivo y coleando".
El anciano cardenal, Cronklum, se convirtió en una cáscara de su antiguo ser cuando el ex obispo Hube le robó su sÃmbolo de héroe. Shinichi recordó que él habÃa jugado un papel en eso.
"Entonces, ¿has cerrado tu tienda?"
"SÃ, ya no hay clientes que puedan comprar piedras preciosas". Zaim tenÃa una sonrisa dolorosa. "Después de que el Cardenal Anciano fuera despojado del poder, el Cardenal Agradable quedó postrado en la cama. Ahora sólo quedan dos de los cuatro cardenales".
Se rumoreaba que el Cardenal Materialista estaba a punto de cortar por lo sano y marcharse a la montaña.
"Imagino que desaparecerá con sus amantes e hijos una vez que haya pasado sus obligaciones financieras a un sucesor y haya ordenado sus propias finanzas", continuó Zaim.
"Lo que deja a la Santa Madre a cargo de todo. Vaya. No habrÃa imaginado que las cosas llegaran a esto hace seis meses".
"Mira quién habla". El comentario de Celes resonó en la mente de Shinichi.
Shinichi era el que habÃa orquestado todo el asunto ──── habÃa puesto a la Santa Madre, aliada de los demonios, a cargo de la iglesia para suavizar las cosas durante la transición.
No le sorprendió este hecho. PodrÃa haber soltado una carcajada triunfal si hubiera podido.
Zaim no podÃa leer la mente de Shinichi.
"La Santa Madre no es realmente del tipo que se disfraza, y la iglesia no tiene precisamente dinero para gastar en gemas. De hecho, algunos sacerdotes me han rogado que les compre las gemas que tienen a mano".
"Apuesto a que las comprarás baratas y las venderás para obtener el máximo beneficio".
"¡Ha, ha, ha!", se rió Zaim. No trató de negarlo.
"IncreÃble... ¡Oh! Cierto". Shinichi tuvo una idea. Bajó la voz. "He oÃdo el rumor de que el Reino de Tigris ha desarrollado una nueva y extraña arma".
"¿En serio?"
"SÃ. Al parecer, es un proyectil llamado "rifle matchlock[2]", que podrÃa revolucionar el campo de batalla".
"Mecha... llave... rifle..."
Zaim no podÃa comprender esta nueva arma, pero habÃa un brillo en sus ojos, como un halcón que hubiera divisado su presa.
"Ahora que la iglesia no puede vigilar a los ciudadanos, la guerra podrÃa estallar cuando se derrita la nieve. Ese serÃa el momento perfecto para vender rifles de mecha..."
"Hmm. Estoy intrigado". Zaim asintió, pero no parecÃa totalmente convencido. "¿Por qué me cuentas esto?"
¿Por qué un simple comerciante iba a conocer los secretos de Tigris? Shinichi sonrió a su manera habitual.
"Bueno, no puedes vender un producto si nadie conoce su valor".
"...Eres un hombre que da miedo". Zaim empezó a sentirse nervioso.
DebÃa suponer que a Manju se le habÃa encomendado la tarea de difundir el nuevo producto de Tigris tras ser excomulgado por la Iglesia y acogido por el paÃs minero.
Era lo contrario, pero Shinichi no estaba dispuesto a revelar sus secretos.
"Sé que esto tiene poco que ver contigo, Zaim, ya que eres joyero, pero no está de más que recuerdes la información".
"Sabes, Tigris tiene minas ricas en plata y oro. Está establecida en el comercio de piedras preciosas. Lo visité cuando aún era joven, y estaba pensando que deberÃa ir de nuevo si tengo la oportunidad".
"Oh, bueno entonces, este es el momento perfecto". Shinichi no dijo nada más. Decidió que cualquier otra discusión serÃa inútil y se dio la vuelta para marcharse. "Que tengas un buen viaje".
"Gracias. CuÃdate". Zaim saludó con la mano y volvió a subir al carro.
Shinichi vio que se movÃa hacia el noroeste, en dirección a Tigris, y esbozó una sonrisa diabólica.
"Ja-ja-ja, venderá lo que le haga ganar dinero, ya sean gemas o armas. Un verdadero mercader, justo ahÃ".
"Ambos son agresivamente astutos". Celes dejó escapar un suspiro de cansancio tras vislumbrar el lado de la humanidad dispuesto a vender hasta su propia vida.
Sin embargo, Shinichi se rió de ello. "Pueden ser traÃdos de vuelta con la Resurrection. Dejemos que se llenen los bolsillos".
"Me siento mal".
Celes suspiró, imaginando todos los soldados que morirÃan por las armas en el futuro.
Shinichi volvió a reÃrse antes de dirigirse a la ArchibasÃlica.
[1] SB: es una frase latina supuestamente pronunciada por Julio César en el momento de ser asesinado. Se utiliza para expresar una traición inesperada.
[2] SB: rifles de mecha